En fortuita conversación sobre «palayetes» con la pescadera de Carrefour de Alicante —que comenté en otro escrito—, surgió el tema de la lengua. No hablaba valenciano, pero supongo que habría realizado el obligatorio cursillo inmersor y, convencida, me comentó que «el País Valencià» había estado supeditado a Cataluña en el pasado. Fue inútil explicarle la existencia de un Reino con moneda, frontera y leyes propias, además de un ejército que repelió los ridículos intentos norteños de invasión en los siglos XV y XVII. ¡Nada que hacer!. La machacona propaganda sobre una independiente Cataluña en el pasado ha arraigado; y como las víctimas de la inmersión sólo son crédulas a lo dicho por catalanes, recojo unas frases de un catalán del 1700.
En Barcelona, el 8 de febrero de 1792, el dramaturgo Antonio Francisco de Tudó disertaba sobre la lengua catalana en su discurso de entrada en la Academia de las Buenas Letras (aún no era Real). Casualmente, hace décadas, hojeé el manuscrito de la citada perorata en la Bib. de la Universidad de Barcelona. Los folios presentaban excelente estado de conservación, pero no así la reproducción del ms. que me hizo mi amigo Sebastiá en las descacharradas fotocopiadoras de la biblioteca. El escrito abordaba el tema de la independencia de una ancestral Cataluña y su idioma, aunque Tudó reconocía que fueron súbditos de reyes foráneos:
El ilustrado olvidaba que, en la Edad Media, era el latín y no el catalán la lengua culta y de cancillería. No obstante, Tudó reconocía que en Cataluña mandaron los reyes de Aragón y Castilla, aunque dejaba entrever una independencia anterior… que jamás existió. El académico se refería a los godos, que entraron hacia el año 427; pero esa Cataluña coetánea del pueblo invasor era una fantasía, y la aparición del catalán aún tardaría siglos en esbozarse; aunque el orador, puesto a desvariar, afirmaba que «los godos…a últimos del siglo quarto… conservaron ilesas las lenguas que hallaron» (f. 106v). Para Tudó era una realidad la existencia de Cataluña y el catalán en el año 400; aunque lo más significativo es los académicos, que llenaban la sala de la Academia de Buenas Letras de Barcelona, no estallaron a carcajadas ante tal cúmulo de disparates. Ahora nos produce ternura la pedestre argumentación de Tudó y su petulancia (llamaba «ignorantes necios» a los discrepantes); pero, en el 2020, ¿cómo explico a la pescadera de Carrefour que sólo son gansadas expansionistas lo que asimiló en el curset respecto a la Gran Cataluña medieval?
La unidad del castellano, lemosín, catalán… ¿y por qué no el cingalés?
En los colegios se obliga a los niños a usar arcaísmos (impuestos por el IEC y su mascota AVL), así como rechazar voces del valenciano moderno. La finalidad es la disolución del valenciano en el catalán, y lograr la Gran Cataluña basada en la unidad idiomática. Al imponerse la catalanización desde hace décadas, la gente ya no sabe lo que es valenciano o catalán; pero, según el académico Tudó, la unidad del castellano y catalán también se obtendría retrocediendo cronológicamente en la lengua:
«…si estubiesen (sic) libres y viessen con imparcialidad esta materia, conocerian que de ser dos idiomas uno mismo, y el uno legitimo, es forzosa consecuencia el deducir por igual al compañero, que no tiene mas diferencia que llamarse con distinto nombre, y si anduviessen mas adelante, no solo hallarian esta union con la lengua lemosina, sino con la castellana… con la lectura de los libros antiguos castellanos, catalanes o lemosinos en quienes no se halla mas diversidad que en la pronunciacion, y terminacion de algunas voces» (Ibid. f.108v).
¿A qué nos suena esta cantinela? Sí, sí, a los inmersores que pregonan la unidad de la lengua por la inexistencia de discrepancias sintácticas entre valenciano y catalán, porque «no se halla mas diversidad que en la pronunciacion, y terminacion de algunas voces«. ¡Vaya, este argumento ya la usaba el académico Tudó en 1792!. Aunque es cierto que, entre las románicas peninsulares, apenas hay diferencias estructurales importantes, salvo las artificiales inventadas hacia el 1900 e impuestas por los colaboracionistas; así, en la sintaxis prepositiva, por ser el ejemplo más comprensible, en valenciano usamos la preposición «en» para locativo, que los inmersores sustituyen por «a», siguiendo al Institut d’Estudis Catalans. Actualmente, en este año del coronavirus, nuestros clásicos Antoni Canals, Joan Esteve, Bernat Fenollar, Joanot Martorell…, no podrían ser funcionarios ni simples maestros. La Generalidad Valenciana sólo les permitiría estudiar o ser funcionarios si se catalanizaban; y ellos, nuestros clásicos, escribían:
“en Roma… en Valencia” (Canals: trad. al valenciá del Valeri, 1395)
“scrita en Valencia a VII díes doctubre…” (AMV, Lletres misives, 22. f. 109r; Carta del Jurats de Valencia a lo senyor rey, 7 d’octubre 1454)
“ací en Valencia tot lo contrari” (Esteve, Joan: Liber elegantiarum, 1472)
“ultim testament fet en Valencia” (Arch. Patriarca. Prot. 25015, Inv. mort Jaume Roig, 1478)
“trinitat, en Valencia” (Fenollar, Bernat: La Historia de la Passió, 1493)
“mort en Valencia” (Pereç, Miquel: Vida de Sant Vicent Ferrer, 1510)
Así que, con manos atadas por la inoperancia política, tanto a la pescadera de Carrefour como a nuestros clásicos, sólo se les permitiría escribir «a València», tal como se hace y se pronuncia en Cataluña. De momento, los engaños similares a las de la Gran Cataluña de los godos serán verdades en la Enseñanza, y nadie puede evadirse del acoso ideológico y lingüístico de los apóstoles de Marzà (pagados muy generosamente con los impuestos).
El académico Tudó, en 1792, tuvo la premonición de unificar los idiomas castellano, lemosín y catalán, al no existir «mes diversidad que en la pronunciación, y terminación de algunas voces» (Bib. Univ. de Barcelona, Ms. 2029, f.110). La pregunta del millón: ¿cómo se llamaría la nueva lengua normalitzada? Hasta la pescadera del Carrefour conoce la respuesta: catalana.