Si Calderón, Cervantes o Tirso de Molina asistieran a una sesión del Congresos de Diputados en este 2024 les sorprendería el pandemónium de lenguas allí habladas, aunque más les desconcertaría la ausencia de una que conocían y admiraban, la lengua o idioma valenciano.
En el inabarcable laberinto barroco de dramas, comedias y autos sacramentales hay un discreto lugar para el teatro menor, el entremés, subgénero donde el dramaturgo se introducía libremente en aquella sociedad del Imperio de España, con parodias opuestas a encorsetados dramas de honor, apologías de la realeza, exaltación de la nobleza de sangre, glorificaciones hagiográficas, etc. Así, los prolíficos Calderón y Tirso de Molina recurrieron al entremés, tan de moda en el 1600, para criticar humorísticamente defectos o inconvenientes sociales, como la variedad de lenguas vivas escuchadas en la capital del Imperio. Por las calles de Madrid se encontraban napolitanos, valencianos, flamencos, portugueses… y hasta incas y navajos; p. ej., el admirado Inca Garcilaso de la Vega (Cuzco, 1539), o los antepasados navajos de Ymelda Navajo, editora de Planeta, La esfera de los libros, etc.