Cierto que no es tiempo para etimologías y demás romances mientras los mamarrachos ocupan El Prat y reparten hostias cuarteleras a señoras que enarbolan la bandera española; pero la agresión es fundamentalmente idiomática hacia el Reino, y hay que ofrecer munición documental para defendernos; así que, aunque a destiempo, aquí seguimos contra el fascismo expansionista.
La voz ‘polleguera’, polisémica, procedía de étimos distintos:
polleguera: del latín pollĭcarĭa: quicio de la puerta.
polleguera: del latín pedŭcŭlus > poll > polleguera o nido de piojos.
Los piojos eran comunes a todos los humanos y colonizaban desde la peluca de Luis XIV a la pelambrera de esquimales siberianos. El pueblo llegó a pensar que los piojos eran parte o creación del organismo, igual que suponía que la carne putrefacta generaba gusanos. En valenciano, siguiendo la polisemia del sustantivo, “tráurer de polleguera” (Escrig, 1887) aludía también a sacar de quicio o de su vivienda, es decir, dejar la casa o “sacar de su natural curso o estado”. Escrig matizaba respecto a “no eixir may de la polleguera: jamás salir de harapos, miseria…” (Dicc.1851). Al traducir al español el modismo emplea la palabra “miseria” que, según la RAE, también era “plaga, especialmente de piojos”. Los hambrientos y miserables eran, por necesidad, piojosos: “eixércit de famolencs pollosos” (La Troná, semanari, 19 de giner 1913, p.2); “famolenc, gran pollós” (3ª part dels Coloquis de la fulla, c.1740), etc.
La “polleguera: piojería” (Escrig: Dicc. 1851), era algo normal en el pelo de nuestros antepasados anteriores al champú antiparásitos. El populacho, fantasioso, elaboró teorías biológicas sobre el origen de esos bichitos que nunca les abandonaban desde la cuna a la muerte. Se llegó a la conclusión de que, en el interior del cráneo, se disponía de una especie de bolsa donde el cuerpo humano generaba de forma espontánea y natural sus propios piojos que le acompañarían en vida y, al fallecer, abandonarían hambrientos el acogedor cuero cabelludo.
En la Vega Baja, tierra huertana del Reino donde el español mezcla castellano antiguo y valenciano, tengo una magnífica y familiar informadora que recuerda vivamente este asunto. Así, el “eixir de la polleguera” o “salir de la piojera” se decía cuando el cadáver, tras el velatorio que antiguamente podía prolongarse uno o dos días en ciertos pueblos, iniciaba su deterioro. Mi consuegra Pilar, nacida en Dolores, recuerda que hace bastante más de medio siglo, cuando era niña, una vecina le decía a su madre: ‘¡Chica, a fulanico se le ha abierto la piojera!’. La pequeña Pilar no entendía el significado y, al preguntar a su madre, conoció la historia: “Mira, al morir una persona, la frente se pone llenica de piojos que no pueden chupar. La piojera de la cabeza se abre y salen todos”. El significado de “polleguera” como “quicio” había perdido vigencia, mientras que el de lugar lleno de piojos era el popular en valenciano moderno.
Lo susodicho me viene al pensamiento cuando abro la piojera del diario catalán ‘Levante’ en internet. Allí veo virtuales piojillos que, fingiendo progresismo y demás cansinos tópicos, se afanan en fomentar el expansionismo de Cataluña basado en la aniquilación del valenciano. Siguiendo la metáfora, entre los más viscosos aparece Josep Lacreu que, el otro día, emuló a fray Gerundio de Campazas, alias Zotes, para marear al lector con un sermón trapacero sobre la morfología catalana “mamarratxo” (Levante, 04/ 10/ 2019), y establecía paralelismo con la voz “borratxo”, olvidando que en valenciano es “borracho”; pero Lacreu sigue la doctrina del IEC que rehúye en lo posible homografías con el español. Este individuo la repudia, mientras Corominas recordaba: “borracho… el catalán tomaría verosímilmente el vocablo del mozárabe valenciano directamente” (Corominas: DCECH, 1, p. 631). Y también el humanista catalán Onofre Pou: “qui esta borracho” (Pou: Thesaurus, Valencia, 1575). Así enriquecía el valenciano al catalán, fuera con el Thesauros renacentista o los sainetes impresos y representados en Cataluña: “el borrachín de son pare” (Ms. Picher, E.: A mi no me fique en líos, sainet de costums valensianes, estrenat en el Casino de San Feliu de Llobregat, noembre de 1929). Si quieren documentación de “borracho”, con ‘ch’ en valenciano, puede consultar gratis el ‘DHIVAM Otony 2019’, en internet (no la ed. impresa de 3 tomos, con erratas e incompleta).
Lacreu afirma que los valencianos tomaron “mamarratxo del castellà”, y aporta el escuálido testimonio de Sanelo, peligroso matasanos del 1800 que fue colaboracionista de los invasores franceses y, por supuesto, carecía de estudios filológicos (ahora es el admirado “filólogo Sanelo” para los inmersores). Zarandeado por dudas lingüísticas, fue seguidor de Carlos Ros en su peor faceta de fuego amigo. Acomplejados y propagadores ambos del sueño de un legendario “llemosinisme”, inventaron grafías estrambóticas para fingir erudición, como aquel “argihuer” (Ros: Dicc. p.343), creado para singularizarse del “archiver” y huir de su parecido al español “archivero”. Este cultismo derivado del latín archivarius estaba vigente cuando Ros hizo la mamarrachada de escribir argihuer. Basta consultar textos cancillerescos y literarios: “dit ofici de archiver” (Archiu Hist. Oriola, Llibre de Prov. 1569, f. 78) “sols los pot traure lo archiver” (Taraçona: Furs y Privilegis, Valencia, 1580) “archiver” (Exulve: Praeclarae artis, 1643); “Vicent Gil, prevere archiver” (Gil, V.: Relació de la Segón Cent. 1655); “al archiver de son offici” (Establiments de la sissa de la carn, 1659, f. 5); “archiver” (A. R. de Valencia: Partida d’Esteban Dolz; Man. L. 2, any 1701); “fet dit llibre per los senyors archivers” (Archiu Stª Maria de Elig, Doblas, 972, any 1713), etc.
El fuego amigo de Carlos Ros afectó en parte a la mejor novela en valenciano del siglo XVIII, la Rondalla de rondalles del fraile Lluis Galiana, publicada en 1768 y dedicada a su “Amich y Senyor meu Carlos Ros”. La dependencia de Galiana respecto a su editor Ros se nota en las grafías arcaizantes que gustaban al notario; aunque Galiana, con la libertad que le otorgaba su condición de enfermo que atisbaba su cercana muerte por la tisis, introdujo en la novela morfologías del valenciano moderno: verbos “vórer” y “aufegar” (Rond. 1768, pp. 22, 72), la locución “de gaidó” (p.59) etc. Es significativo que en la dedicatoria a su “senyor Carlos Ros” emplee el arcaico adj. o pron. “altre” (ib.p.5) a gusto de su “senyor Ros”, pero en la obra desliza la grafía del val. moderno “atre, atra” (p.66), además de diminutivos y sustantivos nuestros: “boqueta de sigró” (p.22). Precisamente en la prosa del protegido de Ros hallamos la familia léxica de “mamarracho” (anterior al ejemplo que ofrece Lacreu), aunque con grafía del fuego amigo de Ros, falsamente erudita: “mamarrajades” (Rond., p.59); que en valenciano moderno era: “mamarrachades” (Relació entre Sento y Tito, 1784); y, ya en el XIX, con la fundamental y trascendente apócope, metaplasmo que singularizaba aún más el idioma: “una mamarrachá lo que ha escrit” (Colom: El benefisi de Mora, 1881, p. 11); “les tonteríes, o millor dit, les mamarrachaes” (Caps y senteners, Imp. C. Romá, 1892, p.32); “mamarrachaes” (La Traca, 16 de mars 1912, p.1), etc.
Si ‘mamarracho’ procedía del étimo castellano, ¿por qué alterar su morfología etimológica en -ch- por la actual catalana en -tx-? Lo que silencia Lacreu es que ‘mamarracho’ no existía en castellano antiguo. Las fuentes muestran grafías que remiten al mozárabe (DCECH, III, p.792), que pasados los siglos darían “moharrache” (a.1456) y, ya en el 1600:
“momarrache: el que se disfraza en tiempo de fiestas con hábito y talle de zaharrón… se llamaron momarrachos, a momo” ( Covarrubias: Tesoro de la lengua, a.1611)
Se supone que derivaba del hispano-árabe *muharráǧ (bufon, máscara, ridículo…); pero las palabras suelen contaminarse, maridarse y generar formas híbridas (ejemplo de ello es vagabundo, del latín vagabundus, convertido por etimología popular en vagamundo). En el Reino existía la Moma, personaje enigmático de origen pagano (femenino del dios Momo, sarcástico haragán que solía figurar como máscara en fiestas carnavalescas), y lo más probable es que el pueblo alterara morfológicamente aquel vocablo oscuro *muharráǧ usado por los valencianos islámicos, en algo más comprensible; lo que explicaría el cambio a “momarrache” que ofrece Sebastián de Covarrubias en 1611.
El etimólogo vivia en Valencia cuando redactó gran parte de su ‘Tesoro de la lengua castellana o española’, de ahí que recogiera voces valencianas: “Chulla: las costillas del carnero cortadas… Es vocablo valenciano”; “en valenciano blanquet”; “borracho. Dícese de borracha, que en Valencia y…”; “porrat, esta palabra es valenciana” (Covarrubias: Tesoro, 1611). Por considerar dato consabido, no siempre especificaba origen y pertenencia: “chufa.., ay (sic) abundancia dellas en Valencia”. Covarrubias ejerció como supervisor del proyecto para educar en valenciano (no catalán) a los niños islámicos “nuevos convertidos”. El mandato era que se “les enseñe en lengua castellana y valenciana, porque comunmente la saben y entienden todos, y que en las dos lenguas se hagan catecismos”1. Si Covarrubias emplea la inédita grafía “momarrache”, parece evidente una contaminación con la popular Moma, aunque en 1734 resistía la grafía más arcaizante entre académicos: «Moharrache, o moharracho. s. m. El que se disfraza ridículamente en alguna función, para alegrar y entretener a otros, haciendo gestos, ademanes y muecas ridículas. Covarr. le llama Momarrache, y dice se llamó assí del nombre Momo, por la libertad que en un tiempo tenían de decir gracias, y a veces lástimas» (Dicc. Autoridades, IV, a.1734)
Acorde con su estrategia, Lacreu obvia el secular hecho de que las morfologías se introducían desde el Medievo por la ruta valenciana en Cataluña, e incluso en tiempos modernos: “un riu de mamarrachos” (Tot ho apanyen, choguet valenciá, Lérida, 1866, p. 27). Acorde con la libre evolución de la lengua, nuestros escritores la usaron sin complejos, con la -ch- prohibida por el catalanismo: “tant de mamarracho” (El Tabalet, 1847, p. 69); “son un riu de mamarrachos” (BNM, Ms.14480, Merelo y Casademunt: Els sufriments de Toneta, 1864, f.18); “¿Quí era eixe mamarracho?” (Vives, R.: Entre amics, 1877, p. 16); “no cal dir pera res els mamarrachos…” (Llombart: Tabal y donsayna, 1879, p.9); “fan uns mamarrachos” (Colom: El benefisi de Mora, 1881, p. 9); “el mamarracho volía ferse…” (La Traca, 18 de maig 1912, p.2); “en tantes rahons… es un mamarracho” (El Tio Cuc, nº 198, Alacant, 1918); “li’l trenque en cuatre trosos. ¡Tu, mamarracho!” (Barchino: Els envenenats, 1923, p.7); «Y tu, ¿qué fas ahí vestit de mamarracho?» (Soler Peris, J.: Les chiques del barrio, 1928, p.43); “cuatre artistes mamarrachos” (Peris Celda: ¡Noy! ¡Che! y ¡Olé!, 1929, p. 12); “¿A qué ve este mamarracho?” (Sendín, A.: Barraca de fira, 1934, p.23); “quede com un mamarracho” (Llibret Foguera Benalúa, Alacant, 1960), etc.
La conexión entre moma, momarracho y mamarracho se percibe en el acentuado “momá” (Escrig, 1887), que remite a “momería: ejecución de cosas o acciones burlescas con gestos y figuras. Lo mismo que momá” (Escrig: Dicc. 1851,1887). No hay duda de que algunos que presenciaron la danza de la Moma no distinguían lo grotesco de lo tradicional. Hacia 1908, Martí Gadea veía algo pintoresco en la Moma que “presidix la comparsa de set homens en caraceta y vestits de diables… fent diferents jochs y pegant correjaes a la gent del Corpus” (Gadea: Tipos, II, p.114). En fin, aquel vocablo de raíz mozárabe sufrió alteraciones, aunque el semantismo esencial se mantenía. Pasados los siglos, ignorando la conexión *muharráǧ, moharrache, moma > momarrache > mamarracho, observamos que moma y mamarracho eran sinónimos para los valencianos costumbristas.
Joya del folclore valenciano, la enigmática figura de la Moma y sus acompañantes no dejaba de ser, para algunos progres del XIX, algo ridículo: “la Moma y demés mamarrachos” (El Bou Solt, 1877, p. 103). El nudo morfo-semántico entre Moma y el momarracho del 1600 era evidente.