La carta en que Teodoro Llorente despreciaba al valenciano de la ciudad de Valencia, “habla corrompidísima», fue algo esperado por su adicción a aquelarres expansionistas como el Congrés de la Llengua Catalana de 1906. La precipitada opinión del airado poeta es esgrimida actualmente por el fascismo colaboracionista para incrementar nuestro complejo de inferioridad, hándicap que nos deja indefensos. El juez de la horca Llorente sentenciaba:
«Hay que advertir que donde peor se habla el valenciano es en Valencia… no sería buen criterio tomar por norma el habla corrompidísima de la capital” (Teodoro Llorente, en Museros, 22 de septiembre de 1908)
Para entender el exabrupto de Llorente hay que analizar sus vergonzosas andanzas barceloninas entre racistas y expansionistas capaces de toda iniquidad. Considerado santón del valencianismo, sus conocimientos del valenciano eran confusos, titubeantes y escasos, es decir, era víctima propiciatoria para los virtuosos del catalanismo. De niño aprendió Llorente la lengua viva, pero los contactos con nacionalistas catalanes debilitaron sus convicciones hasta el punto de convertirse en marioneta de facinerosos idiomáticos como Víctor Balaguer, Pompeu Fabra, Jaume Massó y Joaquim Cases-Carbó, especialistas en engatusar panolis. El Congrés de 1906 fue panal de rica miel al que acudieron invitadas multitud de moscas sumisas; allí, en la pujante Barcelona, reinaba el optimismo tras la terrible y reciente derrota de España ante EE.UU en Cuba y Filipinas. La Diputación y el Ayuntamiento, junto a las grandes fortunas logradas con la trata y explotación de la esclavitud, soportaron un fasto que obnubilaba a convidados de piedra como Teodoro Llorente. Actuando según la idiosincrasia catalana, al observar la debilidad de España, se envalentonaron y recuperaron el insaciable apetito sobre el suculento bocado de los Reinos de Valencia y Mallorca. Y, claro, la quinta columna de colaboracionistas sería imprescindible para el proyecto.
Un Congrés de arios, con Llorente de escupidera
La escupidera o pequeño recipiente metálico se hallaba en cualquier local público, desde peluquerías a los bares de Texas donde Clint Eastwood escupía certeramente en ellas. En el Congrés usaron de dos tipos: metálicas y humanas. Estas últimas recibían diariamente escupitajos conceptuales de los expansionistas y los aceptaban silenciosamente, sin emitir ni el ¡clinc! de las metálicas al recibir impacto. El Congrés, celebrado en el Teatro Principal de Barcelona, disponía de todo tipo de atenciones hacia los forasteros congresistas, y no sólo gastronómicas. El sofisticado burdel ‘Madame Petit’ estaba ubicado en el Carrer de l’Arc del Teatre 6, a pocos metros del Congrés donde los nacionalistas adoctrinaban sobre la futura Gran Cataluña. Tras las delirantes jornadas diarias, la visita al lujoso lupanar era habitual para los pudientes; allí, a la entrada, las monedas se canjeaban por fichas grabadas con la culta inscripcion: “Venus, Urania, Priapo». El intelectual que no visitara este paraíso priápico no era nadie en la Barcelona de Prat de la Riba.
El Congrés de 1906 estaba controlado por Prat de la Riba, Joaquim Cases-Carbó, Pompeu Fabra y el erudito Jaume Massó, el mismo que en 1932 presentaría su estupenda falsificación ‘Regles d’esquivar vocables’. Meritorio fraude que equivalía a un simulacro de Congrés de la Llengua en el siglo XV, donde los indígenas valencianos habrían aceptado eufóricos la unitat de la llengua catalana en 1492; pero, ¡ay!, los cómicos anacronismos y disparates del manuscrito descubrían el trasero del moderno falsificador Jaume Massó. En el Congrés de 1906 pretendían los catalanes la misma finalidad; así, Antoni Rubió i Lluch disertó sobre los desconsolados dialectos que buscaban ansiosamente a su madre, la lengua catalana: «dialectes. Y aquí els teniu avuy (sic) cercant afanyosos a llur mare, y…»; que traducido literalmente decía:
«…dialectos. Y los tenéis buscando afanosos a su madre, y al encontrarla, se reconocen sus hijos, y la abrazan… vienen en respetuosa romería los hijos de la florida sultana del Turia… y los de la Sardenya catalana… pensemos, como dice nuestro inspirado poeta Maragall, en el día en que seremos todos uno» (Rubió i Lluch)
Después analizaremos la actuación de Teodoro, representante de «la sultana del Turia» (Valencia), en un Congrés donde Prat de la Riba enseñó colmillos contra razas inferiores. El político, estrella y mecenas del evento, disertó sobre la «Importancia de las lenguas dentro del concepto de nacionalidad», donde citaba «las razas arias» y la necesidad de «unitat llingüística». Irritado, Prat reconocía que hasta los gitanos (‘criminals’) tenían idioma: «la societat dels criminals ha tingut sempre y encara te avui en día el seu caló». El racista gozaba del poder en Barcelona y, como artillero idiomático, tenía al factótum del Congrés, el filólogo Jaoquim Casas- Carbó, que en 1881 ya escribía sobre la raza catalana nórdica, distinta a la africana española. Heredero de una inmensa fortuna obtenida con la trata de esclavos en Cuba, Puerto Rico y Nueva Orleans, las familias de los Casas y Carbó, unidas en el negocio de carne humana, compraban y vendían ovejas, negros, cerdos y utensilios para la industria azucarera. Cuando Casas-Carbó ya había nacido, el clan de los Carbó y Casas (lo de Cases fue cambio estético-catalanizador) redactaban documentos de este tipo: «vender… por el precio y pactos que tenga por… tiendas, esclavos y demás perteneciente a los bienes». Fechada el 23 de marzo de 1866, esta operación mercantil respondía a la entrada del victorioso ejército abolicionista de Abraham Lincoln en Nueva Orleans.
Los hijos de esclavistas y el visceral Prat de la Riba utilizaron a Teodoro Llorente como prueba de la sumisión valenciana a Cataluña. Al escritor lo exhibieron como el mono domesticado que daría ejemplo a insurrectos literatos que usaban el valenciano independiente del catalán, como había sucedido desde el nacimiento del idioma.
Sapos y culebras catalanistas que deglutió Llorente
Quien calla, otorga. La expansión geopolítica y la estrategia para la imposición del catalán y aniquilación del valenciano fueron expuestas crudamente ante Llorente; aunque los ideológos recomendaron prudencia para no ahuyentar la presa. Así, Cases-Carbó planteó la añagaza de seguir llamando «valenciana» a la lengua, hasta que llegara el momento propicio por los efectos de la inmersión colaboracionista:
«y aunque nosotros sentimos que esta no es sino una de las modalidades de la lengua catalana, no hemos de denominarla catalana hasta que los mismos valencianos quieran que así se denomine. No es solamente cuestión científica, es cuestión de sentimiento» (Cases-Carbó en el Primer Congrés Internacional de la Llengua Catalana, octubre de 1906)
El ‘President d’Honor’ Llorente escuchaba peroratas como la de Antoni Rubió sobre la «Grecia catalana» y la carta escrita desde Tebas el 15 de abril 1329, dirigida al rey por «Alfons Frederich, capitá general de la Companyía catalana». Las escupideras humanas del Congrés recibieron el impacto de Rubió sin emitir sonido. Ni Llorente ni nadie replicó al ponente con ciertos detalles: el tal Frederic jamás se tituló capitan de ninguna «Companyía Catalana»; y en la carta esgrimida no aparece la palabra Catalunya, ni tampocó català. El militar aragonés firmaba como Frederic d’Aragó, no de Catalunya; y el escrito iba dirigido al Rey d’Aragó y Valencia. No figuraba Catalunya en el citado documento que, además de latinismos, ofrecía provenzalismos, aragonesismos, valencianismos y castellanismos: nuyla, donacion (sic), altea… En fin, los expansionistas disertaron sobre reyes «catalans», la «Corona Catalana» y, quizá por medios paranormales, dieron a conocer que… ¡antes de la llegada de los romanos existían las raíces del catalán en la sagrada tierra de Prat de la Riba!. Así, el erudito Victor Oliva había descubierto la conexión de los sonidos del idioma ibero y la lengua de Prat de la Riba. Conocía hasta el «sonido ibérico de la x catalana» y sus consecuencias en el catalán moderno, con «eczemples» que aportaba. Esa grafía «eczemples», que encandilaba a catetos, era culta; no el «eixemples» del «habla corrompidísima» de Valencia que aborrecía Llorente. Otro que se lució fue Francesc Carreras Candi, que de geógrafo mutó en lingüista pancrónico, sincrónico, diacrónico y anacrónico. Ante los augustos arios Prat de la Riba y Jaume Massó, Candi afirmó que valencianos y mallorquines hablaron el romance de los siglos IX al XII:
«En ma pobre opinió, lo poble valenciá y mallorquí parlà en romans dels segles IX al XIII» (Carreras i Candi, Congrés, 1906)
La cuadrilla de arios quedó en blanco, pero Candi compensó lo susodicho con una perla erudita: el catalán habría nacido mucho antes de la llegada del latín con las legiones de Roma:
«que la llengua catalana no neix (sic) ab la dominació romana» (Candi, ib.). La aparente audacia de Carreras Candi era simple adulación al mandarín del Congrés, el poderoso Prat de la Riba que, en 1906, meses antes del evento había publicado que la lengua catalana de la raza ibérica abarcaba de Murcia a la Provenza:
«los viejos pueblos enterrados cada uno hablando su lengua, y la vieja etnos ibérica, la primera, hizo resonar los acentos de la lengua catalana desde Murcia a la Provença… las fronteras de la lengua catalana eran las mismas que señalaba a la etnos ibérica» (Prat de la Riba: La nacionalitat catalana, Barcelona, 1906, p.95)
Los cerebros del Congrés sabían que Llorente tragaría cualquier humillación. Conocían su trayectoria de adorador incondicional de floralistas barceloneses y, además, que siempre mechaba catalanismos en su prosa y verso, fueran corrupciones o arcaismos como murtra, altra, aymia, bellessa…, todos ellos en el Llibret de versos (a. 1885) dedicado a su amigo Marian Aguiló, intrigante mallorquín catalanista que residía entonces en la ‘sultana del Turia’.
Y llegó, llegó el ansiado turno del ‘president honorari’ Teodoro Llorente
No quedaba nadie en el vecino centro cultural ‘Madame Petit’. El teatro estaba abarrotado y expectante. Todos esperaban la intervención del gran Teodoro Llorente —representante idiomático de la «sultana del Turia»—, y todos se quedaron atónitos al comprobar que el león literario no salía de la cueva, y no me refiero al local de la señora Petit. ¡Qué sorpresa! En lugar del idolatrado «president honorari» salió un insignificante Vicent Mancho que, catalanizando nombre propio, se presentó como Vicens y, entre balbuceos, dijo:
«No creguèu que m’acobardeixi (sic)… Germans: represento (sic) aquí a la Societat El Rat Penat de Valencia» (Discurs de D. Vicens Mancho, representant de Valencia, Congrés de la llengua Catalana, octubre de 1906)
El anodino Mancho, en breve parloteo de 3 minutos, se enfangó hasta las orejas al mostrar total y vergonzosa sumisión a los expansionistas y su «llengua comuna catalana»:
«Esta societat (Lo Rat Penat) està dedicada al cultiu y al progrés de la llengua comuna… Esta societat, ha nomenat una Comissió y al cap de esta Comissió s’hi ha posat un personatje literari de tots vosaltres ben conegut… el senyor don Teodoro Llorente» (Mancho, ib.)
El entregado auditorio estaba deseoso de escuchar al maestro Llorente, el despiadado perseguidor de compatriotas de la «sultana del Turia» que usaban el degenerado valenciano. Tras la brevísima presentación, los asistentes escucharon con la boca abierta esta inesperada disculpa de Mancho:
«este senyor (Teodoro Llorente) al vorer (sic) este local grandiós, al vorer tantes persones aquí reunides, temé que la paraula no poguera ser ben entesa, y per aixó, de rebot, la pilota ha vingut a mí (sic). Me trobe, doncs, per una part poruch y per altre (sic) satisfet, perquè si l’encarrech es superior… el gust am (sic) que’l desempenyo (sic)… En nom, pues, del Rat Penat y de Valencia y del ilustre vate avans dit, vos saludo (sic) y m’oferesch. La meva presencia ho explica tot. He dit» (Mancho, ib.)
El acobardado Teodoro Llorente se había ciscado en los pantalones ante «el local grandioso y tantas personas reunidas»; pero su compinche ‘Vicens’ dejó bien claro que Llorente y él eran cultos, que no usaban «el habla corrompidísima de la ciudad de Valencia», y de ahí esos palabros de «meva, doncs, saludo, oferesch, poruch, altre, desempenyo, am, vosaltres…». En realidad, a los prenazis Prat de la Riba, Massó y Cases no les importaba el ridículo que hizo Teodoro Llorente. A los expansionistas les bastaba la sumisión expuesta en el parco discurso del representante Mancho. Los altivos arios, satisfechos, visitarían esa noche a la señora Petit y brindarían alborozados por la cobardía del cateto Llorente, incapaz de replicar a las soeces falsedades y ofensas vertidas contra los valencianos.
El regreso triunfal a Valencia del denonado paladín Teodoro Llorente, ‘President del Congrés’
La vergonzosa y borreguil actuación de Llorente en el Congrés de Prat de la Riba ha permanecida silenciada hasta ahora. La prensa obvió el papel de cateto secundario incapaz de plantar cara a tanto prenazi que amenazaba devorar hasta Murcia. Sucedió lo contrario. El pueblo comenzó a creer que los catalanes habían tenido en cuenta las decisiones idiomáticas del poeta y que era alguien en la Barcelona de los negreros Cases-Carbó y el falsificador Jaume Massó. El propio Llorente encontró interesante esta aureola de Dios lingüístico y comenzó a adoctrinar y fustigar a los que usaban «el habla corrompidísima de Valencia».
Los literatos valencianos, desde Pascual Tirado a Morales San Martín, comenzaron a sentir repulsa de su lengua corrompida y, a imitación de Llorente, trataron de erradicar morfologías, léxico y sintaxis sospechosos de castellanismo. El caos en la literatura valenciana se incrementó con la avalancha de catalanismos, contribuyendo en gran manera el beneplácito de Teodoro Llorente a todos los disparates de los padres del actual parasitismo expansionista. Él y su hijo, directores del diario Las Provincias, no alertaron al pueblo valenciano del criminal proyecto catalanazi de Prat de la Riba, perpetuado por Torra, el Peluquines, la Fallera Cantimplora, el Chupacabras y la mascota del IEC, la millonaria AVLL. La prostitución catalanista no comenzó con el facha Joan Fuster.