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Quinielistas, inventores y mozárabes

Publicado en: Articuls

(En recuerdo del fallecido Germà Colón)

Supongo, por la referencia al acartonado Joan Lerma, que fue por el año 1995 cuando escribí este artículo, donde aparecía el filólogo catalanista Germà Colón. También creo que no lo publiqué en prensa por la aridez del tema. En fin, aquí están estas líneas para recuerdo de este personaje, nefasto, al servicio del expansionismo.

Germà-Colón
Dos joyas del catalanismo: el amigo «Ramonet» (así me lo presentó González Lizondo) , y el siniestro Germà Colón.

Hace semanas, el lermismo convocó a ciertos personajes para que eliminaran dudas sobre la existencia de valencianos mozárabes en 1238. Es decir, debían proclamar ‘urbi et orbi’ que no existió San Pedro Pascual ni ningún otro mozárabe que pudiera ensombrecer la teoría fusteriana del idioma. Para asunto tan arduo, «Saó» buscó plumas amigas como las de Germà Colón y Jaume Riera. Estos, desde su Olimpo inmersionista, incluso «sienten compasión» (Monográfico de Saó, p.35) de los ignorantes valencianos que admiten la fecha de nacimiento de Pedro Pascual doce años antes de 1238. Colón, ya lo sabíamos, está en contra. No obstante, la opinión de Colón no debe asustarnos, pues Corominas ya advirtió que «Germà Colón unas veces acierta, y otras se equivoca»; es decir, que lanza afirmaciones como quien rellena quinielas. Y aquí entramos en uno de los temas menos conocidos de la biología social, pues no es la musaraña o la mantis hembra el ser más agresivo, sino el etimológo celoso. Todos pregonan que lavan más blanco que el de universidad vecina; y Germà Colón, por lo de la quiniela, se la tenía jurada al barcelonés. En el último número de Revista de Filología, Germà Colón trata sobre un manuscrito valenciano (que él llama catalán), pero salta a la vista que lo que pretende -provechando la difusión internacional de la publicación- es despellejar al nonagenario Corominas. Después de llamarle «intemperante«, le recomienda que debe «amarrar su capacidad de invención, con harta frecuencia desprovista de asidero documental«.1 Ni los mandriles son más crueles.

En los trabajos de Colón -habitualmente dedicados a promocionar el catalán- siempre consta su lugar de docencia, Universidad de Basilea; pero, según Corominas, podría añadir lo de quinielista, porque alguna vez acierta. Así, en 1992 publiqué el artículo «El diccionaro de Corominas es tendencioso» (LP, 18/05/1992), en el que denunciaba el saqueo practicado por el etimólogo catalán con el léxico medieval valenciano. Ahora, nuestro quinielista repite exactamente lo mismo, al acusar «al lexicógrafo barcelonés, pues su creencia de que todo viene del catalán se exacerba cada vez más» (Rev. Filología, p.293). La escandalera entre Colón y Corominas no es excepción. Unanimidades absolutas —como la expuesta en Saó sobre los mozárabes valencianos— sólo responden a fines políticos. Por algo Emili Marín, sacerdote director de Saó, seleccionó y llamó «insistentemente» a Colón y Riera, no a Peñarroja. Las controversias más virulentas entre filólogos caracteriza el estado de la cuestión sobre mozárabes, jarchas, bilingüismo y población en los siglos XII e inicios del XIII.

Para que se hagan una idea, el dialectólogo Alvaro Galmés -catedrático de la Complutense y una de las máximas autoridades sobre lingüística mozárabe-, no duda de la existencia de valencianos que hablaron romance hasta la llegada de los cruzados jaiminos, incluido Pedro Pascual: «en 1227, doce años antes de la Conquista de Valencia, nace en esta ciudad de padres mozárabes San Pedro Pascual, escritor en latín y romance» (Gamés, A.: Dialectología. Prólogo de Rafael Lapesa, Mdrid 1983, p.16). Casualmente, en la misma Revista Filológica que colabora Colón, el profesor Galmés arremete como un jabato contra el colega Alan Jones de la Universdad de Cambridge. ¿Motivo de la reprimenda?, por el manuscrito de Ibn Busra, valioso corpus de moaxajas árabes con jarchas en lengua romance (Rev. Fil., p.261). El pobre Jones es acusado de arbitrario, desconocedor de normas de tarnsliteración aljamiada, de emplear disparatado vocalismo, de leer la misma jarcha cada vez de una forma distinta, de ser caprichoso, trabucador, desorientador, etc.

Respecto a Jaume Riera, cazamozárabes que «siente compasión» de la ignorancia valenciana, tiene otra actividad significativa. Como secretario del mal llamado Archivo de la Corona de Aragón, podría preocuparse de la manipulación que está cometiendo en dicho centro, En los nuevos catálogos y publicaciones sobre fondos del ACA, la documentación escrita en «idioma valenciano» -como consta en los originales- aparece como «catalán«: ¿por qué se desmelena contra los mozárabes y se dedica a eliminar con alevosía el nombre de idioma valenciano en el ACA?

En el Inventario del Archivo de Simancas del archivero Don Tomás González, procedente de Simancas (robado por las tropas napoleónicas, devuelto a España y entregado a Cataluña con artimañas de los Bofarull) se respetaba el nombre de la lengua. Así, en el memorial de la Generalidad sobre bandolerismo, el citado Inventario de Simancas puntualizaba que estaba escrito «en idioma valenciano» (ACA, Sec. R. de Val. , Leg. 583). Igual sucede con la referencia al Marqués de Denia como «intérprete de lengua valenciana« ante los Austrias. Con extraño sentido del rigor idiomático, Jaume Riera promueve que los manuscritos donde aparece la referencia a «lengua o idioma valenciano» sean catalogados como «lengua o idioma catalán». Está claro que los cazamozárabes, quinielistas y retocadores de documentos pretenden hacernos creer que son pluscuamperfectos en su actividad. Pero no nos engañan. Sus fechorías son un triste episodio más de la manipulación política del tema.

Por si llueve algún «convoluto» subvencionador institucional, estos tipejos llegan al ridículo más sonrojante. Valga de ejemplo un tal Manuel Hernández, profesor de la Universidad de Valencia, que proclamó en la prensa esta teoría: «el fascismo local que ha trasladado el azul de la camisa a la bandera» (Levante, 13/05/1995). ¡Pero, antropoide, que barbaridades dice!. Visita este verano la Biblioteca Nacional de París y comprobarás -en pergaminos medievales- que el blau de la Real Senyera no fue diseño de José Antonio Primo de Rivera, salvo que éste fuera contemporáneo de Martín el Humano. ¡Qué porvenir no espera con esta gentuza!.

1 Revista de Filología, CSIC, Diciembre 1994, p. 294.


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