Hay erratas transparentes donde se adivina el significado que debía tener lo escrito. Por ejemplo, el otro día leí en el Diccionari Históric del Valenciá Modern la frase «colt en un riu», algo imposible. Samuel Colt inventó su revólver hacia el 1850, y el ‘colt’ que aparecía (ya lo he rectificado) en el DHIVAM era medieval: «clot en un riu» (Roig: Espill, c.1460). Era la clásica errata surgida al trasconejarse una consonante.
En ocasiones, la errata es autocastigo freudiano por incorrección cometida a sabiendas. Así, con el respaldo del Ministerio de Economía, la profesora Mª Cruz Alonso Sutil, de la Universidad Rey Juan Carlos, evacuó el ensayo ‘Traducción e identidad en la obra de Fray Antonio Canales‘ (a. 2016). Por causa ignota, Mª Cruz se empipó en fuentes pútridas: Martí de Riquer, José Mª Coll, Helena Rovira y, especialmente, la barcelonesa Gemma Avenoza. Resultado de ello es que la traducción al valenciano del Valeri Máxim (a.1395) de fr. Antoni Canals, era «una fuente incalculable de nuevas formas léxicas documentales por primera vez para la lengua catalana» (p.202). Tras contaminar con juicios similares el ensayo, el subconsciente de Mª Cruz reventó en la última página al confesar que iba de «putillas».