Son profesionales de la risa, y así lo pregona su esquematizado logo del monigote que guiña el ojo y sonríe. Carlos Mulet (la grafía Carlos, como la de Carlos Ros, es valenciana) y Baldoví son un dúo cómico de profesionales del humor malasombra. En las Cortes no suelen defraudar. Los aburridos diputados , nada más verlos aparecer en la tribuna, esbozan la sonrisa del logo, pues los identifican con el papel higiénico de la extrema derecha catalanista de Rufián y demás escoria. Incluso Baldoví ha intentado catalanizar su acento valenciano siguiendo el modelo fonético de los bufones catalanes (la mayoría, hijos de ‘charnegos’) que empuercan televisiones. Babosos y serviles, Mulet y Baldoví jamás denunciarán el despilfarro del agua del Ebro que se pierde anualmente en el mar, cuando esta parte sobrante regaría las tierras de Alicante; y con su colaboracionismo, hipócrita y perruno, fortalecen la implantación del catalán y muerte del valenciano.
Estos pillastres han conseguido el sueño de su vida con los minutos de Sálvame que Carlota Corredera les concedió por el tema braguetero de Bárbara Rey. Intentan emular a Martes y Trece, Cruz y Raya o Arévalo y Gil Lázaro, pero son inútiles calienta asientos que, a fin de mes, desangran al contribuyente. Especialistas en rehuir temas serios, alancean moros muertos o hacen leña del árbol caído. Mulet quisiera ser híbrido del conde Lequio y María Lapiedra, para mostrar sus dotes dramáticas y rivalizar con Belén Esteban; mientras que Baldoví es el clásico valenciano ‘ploramiques nonsabo’, mezcla de Bobo de Coria y Santa Catalina de Siena, pero ambos payasos del Congreso se transforman en enloquecidos diablos de Tasmania al llegar el día de cobrar la nómina millonaria, ¡y que no falte un puto céntimo de euro!.
La mediocridad y sumisión al catalanismo los convierte en esperpénticos ‘ninots’ que producen vergüenza ajena. Con su teatrillo infame fortalecen la figura del ‘valencianet sanc d’horchata’, fanfarrón valiente en batallas ante el plato la paella y les mascletaes. Poco a poco, aquellos antepasados nuestros que Francisco I de Francia admiró como orgullosos guerreros, siempre armados con las famosas espadas valencianas, degeneraron en el blandengue amable que aguantaba ofensas y, con desprecio, derivó en el humillante mote de ‘levantino’ y ‘Levante feliz’ de mierda. En 1823, un anónimo viajante que recorrió España dejó el análisis del carácter de sus gentes, y del estereotipo que ahora, en Navidad del 2021, se tiene de nosotros:
«ni le phlegme du Castillan taciturne, ni la fausseté de l’Andalousien curieux et indiscret, ni l’astuce de Biscayen ni la grossièreté de Gallicien, ni la roideur du Catalan. En un mot, si vous voulez connaitre les peuples les plus aimables, les plus aimans et les plus gais de toute l’Espagne, allez a Valence.”1
‘ni la flema del taciturno castellano, ni la falsedad del curioso e indiscreto andaluz, ni la astucia del vizcaíno ni la rudeza del gallego, ni la rigidez del catalán. En definitiva, si quieres conocer a la gente más simpática, cariñosa y alegre de toda España, acércate a Valencia’.
Ellos, los Mulet y Baldoví son simpáticos, cariñosos y alegres monigotes del poder catalán, pero han fracasado hasta en el intento de acceder al inframundo de Carlota Corredera. La veterana atleta del chocho, Bárbara Rey, mostrando perspicacia y conocimiento de estos pájaros de cuenta (¡de jugosa cuenta corriente, claro!) les ha escupido lo que merecen al calificarlos de parásitos dedicados a estupideces ¿Y si el dúo Sacapuntas de Mulet y Baldovi investigara, por ejemplo, los abusos a la menor que llegó esposada a los juzgados? ¡Ah, ya, comprendo, sí, sí, que Mónica era el amor del Moscón de la Noche! En fin, a ver si Carlota Corredera os hace un hueco entre Matamoros y Lydia Lozano.
1C.A.F.: Description de Valence, Paris, 1823, p.16.