
Eran tiempos de locuras fascistas, donde los pueblos deseaban ampliar fronteras avasallando al vecino. El ansiado Imperio de múltiples razas e idiomas proyectado por Eugeni d’Ors —miembro del colectivo catalán que veneraba a Franco en Burgos—, era del agrado del Generalísimo. Allí, en la babel del ejército franquista se hablaba árabe, alemán, italiano y, según el combatiente de 1ª línea Rafael García Serrano1, gallego, valenciano, catalán, etc. Franco esperaba que, tras la victoria de Alemania e Italia sobre los aliados, España recogería el fruto colonial en varios continentes.
El sueño se frustró, pero de aquel mapa imperial imaginario, a Franco no le importaba que sus fieles catalanes comenzaran la anexión, en un principio en el ámbito cultural, del territorio hasta la Vereda del Reyno en el murciano Beniel. La estrategia consistía en editar toneladas de libros donde se consideraba catalán todo lo del Reino, desde la vegetación a la gastronomía. Así, por ejemplo, las Fallas eran parte genuina del folclore catalán, como vemos en el «Costumari català» que Joan Amades publicó en Barcelona en 1950, aunque la autorización de la ‘durísima’ (¡ja!) censura franquista la tenía años antes. El franquismo toleró que Valencia, el territorio del reino homónimo, pasara a ser Cataluña. Así, traducido, lo pregonaban sin tapujos en la etapa más dura del franquismo:
«La extensión de nuestro dominio geográfico… huertas de Valencia» (Amades, Costumari català, pròleg, Barcelona, 1950)

¿Cómo iba Franco a negar nada a sus catalanes, si entre ellos estaba el mutilado de guerra Martí de Riquer, Josep Pla, Carlos Sentís y el Tercio de Montserrat? Todo lo valenciano sería catalán bajo el franquismo, ¡hasta las Fallas!. Respecto al idioma, la primera revista que trató sobre él fue germen de la Academia Valenciana de la Lengua, ¿lengua?, ¿qué lengua? Al rebuscado título de ‘Revista valenciana de Filología’ le faltaba lo de catalana ¿Y quién ocupó la totalidad de las páginas en catalán del primer número del panfleto? El mismo franquista y mutilado de guerra catalán Martí de Riquer ¿Y quién, uniformado de azul, correaje y pistolón, colaboraba en catalán en dicha publicación franquista? El falangista azote de «maricas y viragos», el gran Joan Fuster.
La trampa usada por el expansionismo catalán fue decir que usaban el valenciano culto, y la gente lo creía ¿Cómo iban a sospechar que el franquismo del ¡Viva España! les mentía? La farsa fue engordando y desarrolló una asombrosa capacidad para obtener subvenciones y cargos públicos, habilidad que, al llegar la democracia (con políticos ineptos y teatrales: Joan Pelma, Cipriano Císcar…), se transformaría en un formidable ejército parásito de ocupación, siempre con el imperativo mágico de ‘¡Vullc més pasta, pasta, pasta pera la dignitat de la llengua!’. Algunos ingenuos valencianistas, estrategas domingueros, creyeron que si infiltraban gente en institucions del expansionismo catalán (AVL, Consell de Cultura, Universitat…) debilitaría a la extrema derecha colaboracionista; pero les salió el tiro por la culata.
En un chino, tras ingerir carne sin identificar, me confesó González Lizondo que tenía preparados dos submarinos que, en un futuro, torpedearían al catalanismo: Ramón Ferrer y Artur Ahuir. Quizá Lizondo, buena persona y amigo (pese a lo que le dije en carta que, supongo, conserva copia García Broch y, creo, su viuda), conociera la existencia de dos submarinos españoles de pequeña eslora, pero la metáfora obviaba parte de la historia. Los llamados Foca eran dos pequeños submarinos de la Armada, así como Ferrer y Ahuir serían los dos Focas del valencianismo que asaltarían, desde el corazón de la bestia, al fascismo colaboracionista; pero, desgraciadamente, ocurrió como en los auténticos ‘SA-41’ y ‘SA-42’. Sólo se construyeron dos y, en su interior, los dos tripulantes no podían ponerse de pie, lo que la autonomía del invento era muy limitada; además, los dos únicos torpedos de que iba armado tenían propulsores con potencia superior a la del submarino, por lo que en el lanzamiento arrastraba tras sí al enano sumergible; y las baterías producían gases de hidrógeno. Estos navíos de ataque, de ataque de nervios para la jorobada tripulación (que tenía que tomar pastillas tranquilizantes ‘D-IX’ (con pervitina, cocaína y eucodal), se convirtieron en piezas de museo naval en 1969. Eran más letales para su armada que para la del enemigo, como sucedió con los hoy académicos de oro Artur Ahuir y Ramón Ferrer.

En los años 40, mientras los maquis morían como moscas por sus ideales, los franquistas catalanes tenían manga ancha para conseguir la Gran Cataluña hasta Murcia. El terror emanado por matones como Martí de Riquer o Joan Fuster, hoy persiste bajo los Marzà, Joan Ribó o Chimo Puig. Quien no se integra, como los ‘Focas’ de Lizondo, son ciudadanos de segunda, sin acceso a la Administración o la Enseñanza, donde la inmersión fanatiza a los niños y les hace creer que somos catalanes. Mientras tanto: la Bonig sonríe y come, el Cantó hace muecas y mimos, y el gemelo de Arévalo actúa, siempre serio y preocupado por… la nómina millonaria.
1García Serrano, R.: Diccionario para un macuto,Barcleona, 1979.